domingo, 10 de febrero de 2008

¿Son felices nuestros hijos?

Como dijo Einstein: "La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices".Lo lamentable es que en el nombre del estatus y del dinero, cada vez más personas viven como si su trabajo fuera el centro de su existencia, descuidando otras necesidades de sus familias.La conciliación entre vida laboral y personal no puede ser un privilegio, sino un derecho para todas las personas que trabajan.

Se estima que el 38% de los trabajadores (unos 7,6 millones de españoles), padece algún síntoma nocivo derivado del exceso de trabajo (estrés y burnout), o que es víctima de las relaciones agresivas que a veces se generan dentro de las empresas –mobbing- (informe Cisneros VI, del Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo).

Pero más allá de estos malestares psicológicos, que parecen ir in crescendo entre la población activa, el actual modelo de desarrollo empieza a generar otro importante daño colateral: la soledad afectiva y emocional de muchos hijos, que carecen del cariño y de la orientación de sus padres, demasiado ocupados en cumplir con las exigencias de sus respectivas ocupaciones profesionales.Educar a los hijos parece hoy más difícil que nunca, por la exigencia de las empresas que impide que muchos trabajadores sean dueños de su tiempo.

Con la progresiva incorporación de la mujer a la actividad productiva (la tasa de ocupación femenina es ya del 43,05%, según el Instituto Nacional de Estadística), la educación de los hijos se está delegando cada vez más a los centros escolares, sin el apoyo directo de los padres. La mayoría de sus padres regresan a sus hogares a la hora de cenar, demasiado cansados para atender a sus hijos como estos necesitan y se merecen.

Así, los niños se acostumbran a ser educados por abuelos, niñeras extranjeras y, en la gran mayoría de los casos, por la televisión y los videojuegos, que los entretienen, pero también los convierten en adictos potenciales a la evasión constante de sí mismosLa manera en la que hemos organizado la actividad laboral, impide que los padres tengan tiempo para jugar cada día con sus hijos, y esto indica que algo no estamos haciendo bien.

Una de las consecuencias, de la falta de dedicación a los hijos, es que desarrollan conductas violentas e hiperactivas para llamar la atención.

Según las conclusiones del estudio Cisneros X, centrado en la violencia y el acoso escolar en España, elaborado en colaboración con la consultora Mobbing Research, cerca del 80% de los niños mayores de siete años muestran conductas agresivas hacia sí mismos, hacia sus compañeros y, sobre todo, hacia sus profesores.

Pero detrás de esta fachada tan amenazadora y conflictiva, el niño agresor esconde una profunda falta de autoestima, de cariño y de confianza, que podemos achacar al abandono sistemático de la tarea educativa por parte de los padres.

En opinión de los psicólogos, el problema no radica en la incapacidad de los padres para querer a sus hijos, sino en su falta de habilidad para hacer que se sientan queridos. Y es que los niños perciben rápidamente si sus padres les están dedicando un tiempo de calidad.Además, para compensar esta ausencia, los padres suelen decirles que sí a todo, bombardeándolos con obsequios materiales, que no refuerzan una adecuada educación.

Pese a todo, seguramente algunos de estos padres se reconocen culpables por no poder estar más tiempo en casa, y esta preocupación les distrae cuando están trabajando.

En orden a encontrar soluciones que permitan a los profesionales mejorar sus relaciones familiares sin descuidar sus ocupaciones laborales, debemos encontrar un equilibrio entre vida profesional y personal, así como hacer ver a las empresas que la flexibilidad de horarios conlleva notables mejoras de productividad a medio plazo.

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